Mi sitio web

Si amas la música, visita mi sitio web. Toda mi música gratis para ti.
http://www.venusreyjr.com

lunes, 30 de enero de 2012

No. 71 La Última Cena, de Leonardo. ¿Qué hace una mujer ahí?

Título: La Última Cena. 
Autor: Leonardo da Vinci (italiano. 1452-1519)
Fecha de composición: circa 1499.
Dimensiones: 460 x 880 cm.
Técnica: Fresco.
Residencia: Santa Maria delle Grazie, Milán.

Leonardo da Vinci nos plantea un problema; un problema que ha causado la indignación de muchos y el desconcierto de otros. Ustedes saben que Leonardo era amante de los enigmas, de los mensajes cifrados, de la encriptación y de todo aquello que sonara a misterio. "La Última Cena", una de sus obras maestras, es prueba de ello. Veamos:

El Evangelio de Mateo (26, 20-29) da cuenta de la "Última Cena", y según esta versión, Jesús se reunió con los "doce" (desde luego, se refiere a los doce apóstoles). Si siguiéramos al pie de la letra este Evangelio, concluiríamos que en ningún momento estuvo presente mujer alguna, y puesto que en estos pasajes se instituye la Eucaristía, cualquiera podría decir que la Mujer quedó al margen de ella –después de todo, el sacerdocio en nuestra religión es una cuestión de hombres–, que su papel sólo sería pasivo, receptivo. He aquí una pista del Enigma: la Mujer puede simbolizarse con un cáliz. Un cáliz es un recipiente; un recipiente "recibe" o es "receptor".

Por su parte, el Evangelio de Marcos (14, 17-25) también se refiere a los "doce", de modo que este escritor, que no vivió en tiempos de Jesús, tampoco concibió la idea de que una mujer pudiera estar presente en la Cena. Lo mismo puede decirse del Evangelio de Lucas (22, 14-38): sólo los apóstoles estuvieron presentes.

El Evangelio de Juan se refiere a la “Cena” en dos extensos capítulos (13 y 14). Este fue el último de los Evangelios en ser compuesto, alrededor del año 100 o 110 de nuestra era, y por tanto mucho tiempo después de la muerte del Redentor. Como los anteriores, el autor de este Evangelio da por descontado que hubiera alguna mujer en la Cena. Sólo los apóstoles.

En suma: de acuerdo con las escrituras, la Última Cena fue presidida por Jesús, y a ella asistieron los doce apóstoles. De acuerdo con la iconografía tradicional, en la cena aparecen siempre trece personajes: uno al centro, y seis a cada lado; es decir, Cristo y los Doce Apóstoles. Pero el gran Leonardo nos plantea las cosas de una manera distinta. He aquí el enigma. Observen el cuadro. ¿Listos? 



Ahora que alguien me explique qué hace una mujer al lado de Jesús en esta "Cena" ¡Al lado de Jesús, co-presidiendo! A Pedro para nada le agrada la intromisión; si por él fuera, esa mujer no tendría por qué aparecer en el cuadro. Observen su mano: es un gesto amenazador, como si quisiera degollarla, casi como si le dijese: "ahora estás protegida, pero deja que se vaya el Maestro y no te la vas a acabar". Una mano empuña una daga, pero no corresponde a ninguno de los personajes. ¿De dónde sale esa mano y qué significa?

La sola idea de ver a una mujer, más aún si se trata de María Magdalena, en la “Cena”, es una locura para la Iglesia. ¿Machismo? Odio decirlo, pero parece que sí. En honor a la verdad, debo dejar algo muy claro: examiné en la obra de Zöllner, publicada por la muy prestigiada editorial Taschen, una obra excelente que, hoy por hoy, es la más seria y autorizada sobre el genio italiano (para que se den una idea, este libro sobre Leonardo pesa alrededor de 10 kilos); pues bien, revisé con todo cuidado los comentarios y los análisis de Zöllner sobre “La última cena”, y resulta que la que parece mujer al lado de Cristo, es el pequeño apóstol Juan. En ningún momento se sugiere que se trate de María Magdalena. En efecto, ha sido una costumbre en las artes europeas que los personajes muy jóvenes sean representados con características femeninas (o de plano por mujeres; todavía a fines del XVIII, por ejemplo, el papel de Cherubino en Las Bodas de Fígaro, de Mozart, fue escrito para ser actuado por una soprano). Así pues, el libro de Brown (El Código da Vinci), como ya sabíamos todos, es mera ficción, y como tal, inocuo. Reaccionar con escándalo, como en su momento lo hicieron, ante un libro es la mejor forma de publicitarlo.
En fin, los invito a reflexionar sobre este cuadro. Es sumamente interesante.


Reciban todos un abrazo.

VENUS ReX

martes, 17 de enero de 2012

Libros No. 1 Lo bello y lo triste, de Kawabata.

Lo bello y lo triste
Yasunari Kawabata
Emecé, 202 p.
Calificación:  


 No pierdas tu tiempo
 Solo para fans del autor o interesados en el tema
 Vale la pena leerlo
 Muy recomendable
 Absolutamente imprescindible


Lo bello y lo triste es una novela de Yasunari Kawabata escrita en 1964. Como sabemos, Kawabata recibió el Premio Nobel de Literatura en 1968 y unos años después, en el apogeo de su fama, se quitó la vida sin dejar explicación alguna.

Los temas de esta novela son el amor, los celos, la desesperación, la obsesión y, principalmente, la venganza.

Los personajes son:
  • Oki Toshio, famoso escritor.
  • Otoko Ueno, pintora en ascenso, radicada en Kyoto, ex-amante de Oki.
  • Keiko, discípula y amante de Otoko.
  • Fumiko, esposa de Oki.
  • Taichiro, hijo de Oki y Fumiko

Oki desea ir a Kyoto y escuchar las campanas de año nuevo en el templo. Sabe que ahí vive Otoko, su antigua amante, y quiere verla. Veintitantos años antes, Otoko, que en aquel entonces tenía dieciséis, concibió un bebé con Oki, que tendría unos treinta. Como era un hombre casado, Oki no asumió ninguna responsabilidad. Por el contrario, se marchó. Otoko perdió al bebé y, en su desesperación, su salud mental quedó arruinada, razón por la cual tuvo que pasar una temporada en el psiquiátrico.

Otoko y su madre buscaron una nueva vida en Kyoto. Con el paso de los años, la joven se inició en la pintura y llegó a consolidarse como una respetada artista. Más tarde apareció Keiko, chica poseedora de una belleza extraordinaria, y se convirtió en discípula y amante de Otoko. En el momento en que vuelve a aparecer Oki, ya es un hombre maduro que rebasa los cincuenta y Otoko es una bellísima mujer de treinta y nueve que tiene la obsesión de pintar un cuadro, en recuerdo de su bebé perdido, que llevará por título La ascensión de un infante.

Muestra de la caligrafía de Kawabata

La relación entre maestra y discípula es inquietante. La joven está dispuesta a hacer lo que sea por su maestra. La venganza que emprenderá ¿será por celos o por justicia? Se valdrá del amor y de la seducción para manipular a Oki y a Taichiro. En pleno acto sexual con Oki, Keiko gritará el nombre de Otoko. En todo caso, quien debe estar celosa es Otoko, según Otoko misma sugiere. La pintora no está de acuerdo con la venganza y pide a Keiko que se abstenga. Pero el drama ya no tiene regreso. Al estilo de una tragedia griega a la japonesa, ni Otoko ni Oki, ni Fumiko ni Taichiro, serán capaces de detener los acontecimientos. Keiko está obsesionada con vengar a Otoko y no descansará hasta conseguirlo.
¿Obedece esta venganza a un legítimo deseo de reivindicación, o bien al hecho de que Otoko sigue enamorada, después de tantos años, de Oki? ¿Será que Keiko no pude soportar que su amada maestra esté enamorada de un hombre? Más aún, el primer éxito literario de Oki fue la novela Una chica de dieciséis, en donde narra muy fielmente los hechos y las circunstancias de su amor con Otoko. La novela resultó ser un éxito y dio a Oki fama y dinero. Fumiko, su esposa, tuvo que soportar la humillación de transcribir la novela, pero al mismo tiempo se ha beneficiado y vivido de las ganancias económicas que ha producido. Taichiro, que tiene más o menos la misma edad que Keiko, ha tenido una vida cómoda y ha recibido una excelente educación gracias a esas ganancias, y así las cosas, en cierto modo están en deuda con Otoko, a quien, por cierto, Fumiko odia.

Cartel del film francés basado en la novela de Kawabata
Los triángulos amorosos quedan definidos: por un lado, Oki-Otoko-Keiko, y por otro Oki-Taichiro-Keiko. Así como el bebé malogrado fue la inocente víctima de los amores de Oki y Otoko, así Taichiro será el cordero con cuya vida se consumará la venganza: Keiko seduce a Taichiro y lo lleva a un lago. La escena del accidente no es narrada. El lector se entera al final que Keiko está en el hospital, ilesa del accidente, y que son muchos los botes que buscan a Taichiro, quien, seguramente, estará ahogado. La escena final de la novela reúne a todos en torno a Keiko: Fumiko increpa a Otoko y le atribuye la desaparición de Taichiro; Oki de algún modo se sabe ajusticiado. Es el karma: todo en esta vida tiene consecuencias, y nadie tiene el poder de evitarlas.

En el clásico estilo japonés –y Kawabata es un verdadero maestro en esto–, la novela está llena de narraciones poéticas, de evocaciones nítidas y bellas, y de detalles muy sutiles. Las descripciones de Kyoto, de sus jardines y templos, son fantásticas. Hay también un erotismo extraordinario, muy distinto al erotismo occidental que, en ese sentido es más explícito y burdo. El erotismo japonés es muy fino, casi imperceptible, suave, poético: un pie que se revela, un kimono que se ajusta, un pezón, un beso. Las escenas de sexo lésbico son mágicas. Hay metáforas profundas y llenas de sabiduría, como esta, en la que Kawabata explica el tiempo mejor que cualquier filósofo (p. 161):

Kawabata con la actriz Iwashita, en 1963
“El tiempo pasó. Pero el tiempo se divide en muchas corrientes. Como en un río, hay una corriente central rápida en algunos sectores y lenta, hasta inmóvil, en otros. El tiempo cósmico es igual para todos, pero el tiempo humano difiere con cada persona. El tiempo corre de la misma manera para todos los seres humanos; pero todo ser humano flota de distinta manera en el tiempo.”

Y más adelante:

“Las corrientes del tiempo nunca son iguales para dos personas, ni siquiera cuando son amantes…”


En fin, Lo bello y lo triste es una novela memorable. En efecto, está llena de belleza y de tristeza.



Reciban todos un fuerte abrazo.
VenuS ReX

miércoles, 11 de enero de 2012

No. 70 Filosofía y Arte. El experimento de Wright.

Título: Experimento con un pájaro en una pompa de aire.

Autor: Joseph Wright of Derby (inglés. n. 1734. m. 1797)

Fecha de composición: 1768.

Dimensiones: 182 x 243 cm.

Técnica: Óleo sobre lienzo.

Residencia: National Gallery, Londres.



Este cuadro de Wright es uno de los más impresionantes que conozco. Tuve el privilegio de verlo “en vivo” en Londres. Todo lo que diga al respecto será poco. Hay que verlo; hay que enfrentarlo; hay que dejarse arrastrar por la experiencia estética.

Este cuadro es mucho más de lo que parece. Además de ser una obra técnicamente perfecta, constituye un compendio de filosofía en donde convergen el espíritu empirista inglés, el racionalismo continental y la teología meridional, todo en un contexto gótico-romántico que exalta la oscuridad y la luz. Parece increíble que todo esto conviva en una sola obra.

Es una tarea imposible dar cuenta de todos los elementos de este cuadro en unas breves líneas, de modo que me limitaré a subrayar sólo algunos aspectos.


Empecemos con el personaje principal: el filósofo natural, denominación que recibían los científicos hasta finales del siglo XVIII. El filósofo toma el papel del Creador, y se erige como el Padre omnipotente que todo lo puede: es el científico como imagen y semejanza de Dios. A través de la ciencia es capaz de revelar los secretos del cosmos y determinar la vida y la muerte. Observen cómo en sus manos una máquina es manipulada. Se trata de una bomba de aire que es capaz de producir el vacío, inventada por el científico alemán Guericke un siglo antes. En la pompa yace un ave a punto de morir, pues el aire ha sido extraído por la máquina. Pero el filósofo tiene en sus manos el poder de la vida: si libera la válvula que sostiene en la mano izquierda, el ave vivirá. ¿Qué reacciones suscita tan terrible poder?








Hay un niño junto a la ventana, en la esquina derecha del cuadro, que se dispone a bajar la jaula. El niño sabe que el ave vivirá, y por eso baja la jaula, para guardar al animal. La salvación es inminente. Pero hay dos niñas compungidas. Una de plano llora y la otra observa al ave con una mueca de espanto. Se abrazan aterrorizadas, y su padre las consuela. Se trata del consuelo de la razón, que ante el sentimiento deviene impotente. Parece que el pintor nos dice: “la razón nada consuela, a pesar de que todo lo puede”; y el padre muestra una expresión en el rostro, como si dijese: “hija mía, todo tiene una explicación...” Pero las niñas no entienden de razones. Representan, quizá, el espíritu romántico que se siente desvalido ante la naturaleza, y olvidado por el dios que habitó Europa durante siglos.



Hay un hombre canoso, a la derecha, que observa embelesado un recipiente en el centro de la mesa. Ahí se puede observar un cráneo humano. Justo detrás del cráneo hay una vela, principal fuente luminosa de la composición. El hombre parece meditar sobre la muerte. La luz detrás de la vela parece simbolizar a la razón, verdadera fuente de todo conocimiento, que mora más allá de todo prejuicio o creencia. Este hombre no observa el experimento del filósofo, como si la ciencia no le dijese nada. Por el contrario, se desentiende del experimento, en una reacción que revela sus convicciones sobre las limitaciones de la ciencia y el progreso. Este hombre bien podría representar a los filósofos continentales, especialmente los alemanes.

Hay otro hombre, sentado a la izquierda. Este hombre parece sereno. Observa el experimento con interés, pero sin entusiasmo, como si fuese la cosa más natural y obvia. Un verdadero scholar inglés, diríamos. Su mirada podría estar reprochando los consuelos racionalistas del padre hacia sus hijas. Quizá este hombre está interpretando el papel escéptico y sarcástico de Hume. Atrás de él hay un niño que observa con fascinación la pompa de aire. Es el joven científico llamado a sustituir algún día al viejo filósofo. Aunque Darwin no había nacido en aquellos días, este niño admirado me remite a él. No es coincidencia que Erasmo Darwin, abuelo de Charles, se maravillara ante este cuadro y dijera: “hay que alistar a la imaginación bajo el estandarte de la ciencia”, desiderátum que, desde luego, se vio realizado en su prodigioso nieto. El mismo Charles fue un ferviente admirador de esta obra.





Finalmente, hay dos personajes más: se trata de dos amantes. Ellos se regocijan contemplándose uno al otro. Para ellos nada importa la ciencia, ni la filosofía, ni las meditaciones sobre la vida y la muerte; el universo de los amantes se circunscribe a los dominios del amor. (Por cierto, la chica me recuerda un poco el rostro de Keanu Reeves).








La verdadera luz, parece decirnos el pintor, no está en el cielo, sino aquí, en la ciencia. Y por eso la luna aparece tímida. La principal fuente de luz es la vela detrás del cráneo. Se contrapone así, y de algún modo se resuelve, la tensión entre el dogma, representado por la luna, y la razón, representada por la luz. 



Un cuadro maravilloso. Ojalá sean tan afortunados como un servidor, para vivir en carne propia la maravillosa experiencia estética que ofrece esta inmortal creación.
Reciban todos un abrazo.

VENUS ReX

martes, 3 de enero de 2012

No. 69 El Beso, de Klimt. Mi número 69 coincide con el pintor más erótico de la historia!!!

Título: El Beso.

Autor: Gustav Klimt (austriaco. n. Viena, 1862. m. Viena, 1918)

Fecha de composición: 1908.

Dimensiones: 180 x 180 cm.

Técnica: Óleo sobre lienzo.

Residencia: Kunsthistorisches Museum, Viena.


 Para muchos (entre ellos me encuentro yo), Gustav Klimt podría ser el pintor más erótico de la historia (erótico, que no pornográfico ni vulgar). Desde que conocí a este artista, allá en mis tempranos veintes, quedé prendado por su obra. Algunos de sus cuadros harían suspirar hasta a los más reservados en estos menesteres. Pero no les estoy enviando una obra que pudiera herir alguna susceptibilidad, sino una que fascinará a todos. Se trata de “El Beso”.

En esta obra se aprecian las artes decorativas del autor. En efecto, como miembro de la Secesión Vienesa, Klimt es uno de los fundadores del Art Nouveau. Este estilo, como ustedes saben, se inclina más hacia las artes decorativas, lo cual se manifiesta en los patrones de las vestimentas, las flores y el fondo. No obstante, cualquier manifestación que aspire a la dimensión erótica no debe restringirse ni a lo meramente funcional ni a lo estrictamente decorativo; todo lo contrario: debe trascender lo corporal para sublimarse en lo espiritual. Esta es la especialidad de Gustav Klimt.

Observen cómo el dorado confiere a los amantes una atmósfera mística, de ensueño. Los amantes son una entidad; no dos personas, sino dos-hechos-Uno. Eso es precisamente el éxtasis amatorio. La mujer ha abandonado la realidad mundana y se ha entregado completamente a su amante. Él, por su parte, concentra toda su energía vital en ella. Son una isla resplandeciente en medio del cosmos. Este abrazo y este beso devienen absoluto fulfillment. Convendrán conmigo en que es imposible concebir mayor erotismo. (Aquí cabría aclarar que lo que los medios –principalmente el cine, y algunos programas de TV que nos muestran un erotismo light, quasi humorista y caricaturesco– nos presentan como erótico, no son más que calenturas falaces, o, en el peor de los casos, vulgar y grotesca pornografía.)

 
Ojalá disfruten este maravilloso cuadro. 

Y como encore, un dibujo de este gran maestro, que prueba su hipererotismo, y un bodypainting basado en este famosísimo cuadro.  


http://faithfulartist.deviantart.com/art/kiss-after-klimt-107518165


Reciban todos un abrazo.

VENUS ReX