martes, 21 de junio de 2011

No. 60 Matisse. La explosión del color.


Título: Harmony in Red.
Autor: Henri Matisse (francés. n. Le Cateau-Cambrésis, 1869; m. Cimiez, 1954)
Fecha de composición: 1908.
Dimensiones: 180 X 246 cm.
Técnica: Óleo sobre lienzo.
Residencia: Hermitage Museum, San Petersburgo.



Amigos:

En el número anterior comenté que tal vez los cuatro pintores más famosos del siglo XX fueron Dalí, Picasso, Chagall y Matisse. De estos cuatro el único que faltaba en el blog era Henri Matisse, de modo que ahora será una buena ocasión para abordarlo.

He escogido una de sus obras más conocidas: Armonía en Rojo. En ella Matisse nos expone su estética: lo más importante es el color. No tanto la forma –en este caso la belleza es simple– o la carga emocional –no es que este cuadro no despierte sentimientos, pues está impregnado de una melancolía casi lírica–, sino el color. El rojo penetrante domina el interior de la habitación, mientras el verde domina el jardín exterior. No hay grandes matices, ni perspectivas, ni uso de la luz; se trata simplemente de un colorido extraordinario a partir de colores básicos. El patrón del mantel es el mismo que el de la pared, y es aquí donde radica la armonía en rojo (¡aunque dichos patrones emplean tonos negros, azules y verdes!). H.W. Janson, en su célebre History of Art, subraya el “nuevo y radical balance” de Matisse; “un equilibrio entre la segunda y tercera dimensiones” nunca antes explorado (“The radical new balance Matisse struck between the 2-D and 3-D aspects of painting is particularly evident in his Harmony in Red”; volume Two, p. 668).

Como extra bonus les envío La Danza. Este cuadro, pintado en 1910, también se encuentra en el Hermitage. Es una obra llena de vida y alegría en la que el color es el protagonista principal. Quizá sea La Danza la imagen más memorable de Matisse entre el público no especializado, seguramente por su asociación con la Consagración de la Primavera, de Igor Stravinsky.



Y además, como bonus literario, si les gusta la narrativa contemporánea (ficción), hay una espléndida novela de Manuel Vicent cuya trama gira en torno a una obra de Matisse. La novela se llama “La novia de Matisse” y está publicada por Alfaguara. Como en las películas, no voy a hacer un resumen de la novela (a nadie le gusta saber el final de una película antes de verla), para no quemarla. Sólo les digo que trata sobre arte: ¿cuál es el poder del arte? Claro, a través de una trama amorosa, erótica, muy amena y divertida, espléndidamente escrita. Seguro la disfrutarán.



Espero que gocen este par de obras de Matisse. Y mientras las disfrutan les mando a todos un saludo efusivo.
VENUS ReX

lunes, 13 de junio de 2011

No. 59 Yo y la Aldea. Chagall, precursor del Cubismo y del Surrealismo


Título: Yo y la Aldea.
Autor: Mark Chagall (ruso. n. Vitebsk, 1887; m. Saint Paul-de-Vence, 1985)
Fecha de composición: 1911.
Dimensiones: 191 x 151 cm.
Técnica: Óleo sobre lienzo.
Residencia: The Museum of Modern Art, New York.



Amigos míos:


Mark Chagall es uno de los tres o cuatro artistas plásticos más famosos del siglo XX –los otros tal vez serían Picasso, Matisse y Dalí–, así que es muy probable que ustedes lo conozcan. Sin duda fue un pintor genial, aunque los rusos y los alemanes lo consideraban “degenerado” (Entartete Kunts, según los censores del Reich. En realidad los degenerados eran Hitler y Stalin). Chagall pudo salir de Rusia y emigró a París; los políticos rusos tenían absurdas ideas sobre cómo debía ser el arte, y desde luego Chagall no se ajustaba a dichas ideas. Y en la ciudad luz, su ciudad favorita, pudo haberse quedado para siempre, de no ser por la ocupación Nazi. Los nazis también tenían cándidas ideas sobre el arte, y siendo Chagall judío –“artista degenerado” para los estándares del Reich, y por lo tanto un criminal– se dieron a la tarea de buscarlo para enviarlo a un campo de concentración, donde con toda seguridad hubiera padecido el triste y aberrante destino que sufrieron millones de su raza. Por fortuna Chagall escapó a los Estados Unidos, gracias a las gestiones y esfuerzos de un grupo maravilloso de norteamericanos, y ahí fue acogido como uno de los más grandes artistas vivos de Europa. Con el tiempo hubo comisiones (las Naciones Unidas, la Ópera Metropolitana), pero su añoranza por Francia le hizo regresar a París (ahí fue comisionado para decorar el interior de la Ópera).



Yo y la Aldea, según dicen los expertos, es un cuento de hadas (fairy tale), de folklore ruso y de tradiciones judías (si observamos los caracteres masculinos del cuadro, de inmediato evocaremos a Topol en The Fiddler on the Roof). Y como en el mundo de la fantasía no hay leyes que gobiernen, encontramos algunas casas de cabeza, lo mismo que la campesina, y símbolos cristianos en medio de una cargada atmósfera judía (una cruz cuelga del cuello del judío verde). El pueblito y los dos campesinos en la parte superior parecen ser un sueño, no sé si del caballo o del hombre (el caballo es un motivo recurrente en la pintura de Chagall). El cuadro no deja de tener un carácter infantil, y eso es parte del encanto. Al mismo tiempo la estética es francamente cubista. Los elementos oníricos e ilógicos han hecho suponer a muchos un sorprendente antecedente del surrealismo (en 1911, año de composición del cuadro, ¡la mayoría de los surrealistas eran todavía niños!). Tal vez no deban tomarse tan en serio los comentarios de los críticos: para Chagall este cuadro ni era cubista ni anticipaba el surrealismo; se trataba simplemente de una evocación de la infancia, el recuerdo de la aldea natal.



Reciban todos un fuerte abrazo.
VENUS ReX