Las batallas en el
desierto
José Emilio Pacheco
Ediciones Era, 68 p.
Calificación:
No pierdas tu tiempo
Solo para fans del autor o interesados en el tema
Vale la pena leerlo
Muy recomendable
Absolutamente imprescindible
Las batallas en el
desierto es una novela escrita
por nuestro muy celebrado y laureado compatriota José Emilio Pacheco. La novela
fue escrita a principios de los ochenta, y desde entonces se ha convertido en
una de las obras más leídas y queridas de la literatura mexicana. Es una novela
muy breve –o si se quiere, un cuento largo– que se lee cómodamente en un par de
horas y que retrata a la colonia Roma, un barrio muy entrañable de aquella
Ciudad de México, hoy perdida, de finales de los años cuarenta.
Los
temas
El tema principal de esta
novela es el amor: un jovencito se enamora de la mamá de su mejor amigo.
Paralelamente, la novela nos muestra una sociedad dividida, clasista, cruel y
discriminadora. El mosaico es complementado por la descripción de ese México
corrupto, en donde la clase política se enriquece y en donde prevalece la
impunidad. Es lamentable ver como a la fecha, después de más de sesenta años,
las cosas en este rubro no han cambiado mucho.
Personajes
principales
Carlos, joven enamorado de Mariana.
Jim, hijo de Mariana, condiscípulo y mejor amigo de
Carlos.
Mariana, madre de Jim, amante de un político corrupto y
objeto del amor de Carlos.
Rosales, condiscípulo de Carlos y Jim; es el alumno más
pobre del colegio.
Argumento
(La novela en unas cuantas líneas)
Casa de las Brujas, en la colonia Roma |
Carlos es alumno de un
colegio en la colonia Roma, barrio donde vive, y su mejor amigo es Jim, hijo de
un norteamericano de San Francisco y de Mariana. Jim vive con su madre, también
en la colonia Roma. Es un secreto a voces que la madre de Jim es la amante de
un personaje cercano al presidente Miguel Alemán. Un día Jim invita a Carlos a
su casa. Al ver el pequeño Carlos a Mariana cae de inmediato enamorado. Carlos
aprovecha la primera ocasión que tiene para salirse del colegio e ir solo a
casa de Mariana para declararle su amor. La mujer, sorprendida, le hace ver que
ese amor es imposible, pues ella tiene veintiocho años y él es apenas un niño.
Carlos es cambiado de escuela y pierde contacto con Jim y con Mariana. Pasado
un tiempo, Carlos se encuentra casualmente a Rosales quien le confiesa que Jim
se fue con su padre a los Estados Unidos luego que su madre se suicidara.
Carlos no puede creer lo que oye y de inmediato se dirige a la casa de Mariana,
pero nadie le puede dar razón alguna de su paradero. Carlos no sabe si creer.
Lo cierto es que al final reflexiona que, de vivir Mariana, tendría ochenta
años –lo cual no cuadra, pues si la novela fue escrita en 1981, y Mariana en
1948 tiene 28, no cumpliría 80 sino hasta 2000.
Análisis
y reflexiones
Guerra Árabe-Israelí de 1948 |
El libro está escrito en
primera persona. El narrador es un Carlos adulto que rememora sus días de
párvulo. La narración es completamente lineal, clara, cómoda, amena y ágil. El
libro comienza con una descripción de esa Ciudad de México de finales de los
cuarenta, lo que se veía en los cines (aún no había televisión), lo que se oía
en la radio y lo que se leía en los diarios. Sabemos que es el año 1948 porque
el narrador (Carlos escribiendo en 1980) hace referencia al establecimiento del
Estado de Israel y a la guerra contra la Liga Árabe, y por esta razón sabemos
que “Las batallas en el desierto”, título de la novela, es el juego que juegan
los alumnos del colegio durante los recreos: no se trata de indios contra
vaqueros, o policías y ladrones, sino de árabes contra judíos.
Mansión en Las Lomas de Chapultepec, DF. |
Carlos nos cuenta de sus
amigos, del clasismo y del racismo que prevalece en la Ciudad. Nos dice que ese
año su amigo era Jim, quien supuestamente es el hijo de un político muy
importante, lo cual resulta extraño toda vez que Jim vive con su madre en la
colonia Roma; si fuera hijo de quien dice, piensa Carlos, debería vivir en una
mansión en el barrio de Las Lomas o Polanco, y no en un simple departamento de
“medio pelo”. Todo mundo sabe, según el condiscípulo Ayala, que la mamá de Jim
es la “querida” del político, y, a decir verdad, no la única, sino una entre
muchas.
El título del tercer
capítulo, “Alí Babá y los cuarenta ladrones”, hace referencia a ese México
corrupto en donde los funcionarios se enriquecen brutalmente. Es desolador, como
ya dije, que en pleno 2012, más de sesenta años después del gobierno del
presidente Miguel Alemán, podamos aplicar, no solo sin dificultad, sino con la
mayor naturalidad, el epíteto de “Alí Babá y los cuarenta ladrones” a los
gobernantes. Las palabras de Alcaraz, otro condiscípulo, cuando Jim explica que
no ve a su papá porque siempre está fuera trabajando por México, podrían ser
suscritas por cualquier mexicano, argentino, colombiano, peruano, y en general
por cualquier latinoamericano:
“Sí cómo no: ‘trabajando al servicio de México’: Alí Babá y los cuarenta ladrones. Dicen en mi casa que están robando hasta lo que no hay. Todos en el gobierno de Alemán son una bola de ladrones.” (p. 20)
Carlos nos relata los
prejuicios de su familia. Su mamá es de Jalisco, Estado por demás conservador,
más en aquella época, y odia a todos los que no sean de ahí. Odia a los
capitalinos. Aquí habría que dar una explicación para mis lectores no
mexicanos, pues existe cierta animadversión hoy en día en contra de nosotros, los
capitalinos, a quienes nos han llamado despectivamente “chilangos”, si bien,
por virtud de la costumbre y el exceso de uso, el vocablo ya no tiene en
nuestros días esa connotación peyorativa. La Ciudad de México, que es lo mismo
que el Distrito Federal, es la concentración urbana más grande del país, y una
de las cinco más grandes del mundo. Fue poblada por gente de todos los Estados.
Quienes emigraban de sus ciudades para establecerse en el DF cometían cierta
traición y se los llamaba chilangos, tanto a ellos como a sus descendientes.
Todos los que nacimos y habitamos esta maravillosa ciudad somos descendientes
de jalicienses, poblanos, veracruzanos, guanajuatenses, norteños, etcétera.
Raro es aquel que no tiene entre sus ascendientes a algún “provinciano”. Pues
bien, la madre de Carlos no se siente bien en una ciudad tan mezclada, y menos
aún en una colonia que ha venido a menos –a finales del siglo XIX la colonia
Roma era el barrio de la aristocracia capitalina– y que se está llenando de
árabes y judíos, y de gente del sur. La madre de Carlos odia a esa gente del
sur: campechanos, tabasqueños, yucatecos y chiapanecos. Aquí hay un error en el
que incurre el 99.99% de los mexicanos, José Emilio Pacheco y la madre de
Carlos incluidos: respecto a la Ciudad de México, dada la forma de cornucopia
de nuestro país, tanto Yucatán como Campeche, estados por antonomasia
“sureños”, ¡están en una posición más septentrional!
En este mapa se aprecia claramente que casi todo Campeche, casi todo Quintana Roo y todo Yucatán están en una posición más septentrional que la Ciudad de México |
Jim se convence de que
Carlos es su amigo porque un día, en la escuela, Rosales (el más pobre de todos los alumnos) les grita “putos”, y Carlos no tiene otro remedio que irse a los
golpes. Por esta razón Jim invita a Carlos a su casa. Al ver a la madre de Jim, el amor es instantáneo:
“Voy a conservarlo entero [el recuerdo] porque hoy me enamoré de Mariana… Enamorarse sabiendo que todo está perdido y no hay ninguna esperanza.” (p. 31)
Aunque reconoce que no
hay ninguna oportunidad, se ilusiona al saber, por boca de Jim, que le ha caído
muy bien a Mariana, lo cual le hace suponer a Carlos que la mujer lo
“registra”, que se ha fijado en él.
La pulsión que siente
Carlos es tremenda. Un día, en plena clase de Español, pide permiso para ir al
baño, se sale de la escuela y va a casa de Mariana a confesarle su amor:
“Porque lo que vengo a decirle –ya de una vez, señora, y perdóneme– es que estoy enamorado de usted.” (p. 37)
La reacción de Mariana no
es de burla, ni de cólera. Más bien de cierta comprensión y simpatía por el
chico. Le explica a Carlos que no puede haber nada entre ellos, que ella tiene
veintiocho años, que es como una anciana para él, que debe quitarse esa infatuation, así, en inglés, porque puede hacerse daño.
Mariana toma al chico de la mano y antes de que se vaya le da un beso en la
comisura de los labios.
Mientras tanto, en la
escuela, al ver que Carlos no regresa del baño, lo empiezan a buscar. Jim sabe
de algún modo que Carlos está en casa de Mariana. El profesor Mondragón y Jim se
dirigen a casa de este último a buscarlo. Mariana acepta que Carlos
estuvo ahí, porque había olvidado el viernes anterior su libro de historia.
Tanto Mondragón como los padres de Carlos, enterados de los hechos por boca del
primero, esperan que Mariana delate a Carlos, y como no lo hace, suponen que
algo extraño y vergonzoso sucedió, y que la mujer lo está ocultando.
Y aquí es donde sale a
relucir la hipocresía de la clase media, o por lo menos de la familia de
Carlos. Mientras que el chico es enviado con un sacerdote a que confiese sus
horribles pecados, y al psiquiátrico, todo mundo sabe que su padre mantiene una
relación con una exsecreataria con la que ha procreado dos niñas. Los detalles
que pide el sacerdote en la confesión son por demás morbosos y nos hacen pensar
en la delectación que el sucio sacerdote habría experimentado mientras
preguntaba si la mujer estaba desnuda, si había algún hombre en casa, si el
chico se ha tocado, si ha habido derrame. En realidad, Carlos solo está
enamorado y no ha hecho mal a nadie.
“Querer a alguien no es pecado, el amor está bien, lo único demoníaco es el odio.” (p. 44)
“El amor es una enfermedad en un mundo en que lo único natural es el odio.” (p. 56)
Rita Hayworth |
El único que parece
orgulloso de Carlos es su hermano Héctor, que admira que el pequeño haya tenido
un asunto amoroso con una mujer “más buena que Rita Hayworth” (p. 48), porque
su madre –que piensa que pertenece a una de las mejores familias de
Guadalajara–, se refiere a Jim como el “bastardo”, y a Mariana como una “ramera
pervertidora de menores”, y se lamenta de la decadencia moral de la Ciudad de
México, que, a sus ojos, es como si fuera Sodoma y Gomorra. La mujer es capaz
de separar a Estelita, hermana menor de Carlos, por temor a que el chico, ahora
que ha sido corrompido, pueda hacerle algún daño (p. 54). Desde luego no
permitirá que Carlos siga asistiendo a una escuela que acepta como alumno al hijo
de una mujer pública.
Fragmento del mural de Rivera en el desaparecido Hotel Del Prado |
La madre de Carlos
encarna lo peor del conservadurismo y el catolicismo de la middle class. Héctor, el hijo mayor, es militante derechista.
Fue de los que borraron la leyenda “Dios no existe” del mural que Diego Rivera
pintó en el Hotel del Prado, pero al mismo tiempo es capaz de intentar violar a
las sirvientas –palabra por demás despectiva–. Su lema es: “Carne de gata,
buena y barata.” (p. 51) Madre e hijo profesan un catolicismo rancio, pero no
tienen ni un ápice de piedad ni caridad cristianas. El cuadro lo completa
Isabel, la hermana de Carlos y Héctor, que se ha liado con quien en su momento
fue un conocido actor infantil, Esteban, ahora venido a menos.
La novela termina con el
encuentro casual entre Carlos y Rosales. Ha pasado algún tiempo desde que
Carlos dejó la escuela. Rosales ahora vende chicles en los camiones del
transporte público y Carlos está en una mejor posición, porque su padre, que
ahora trabaja para los norteamericanos, ha progresado. En la escuela corrió el rumor,
por boca del mismo Jim, de que Carlos estaba enamorado de Mariana y que había
declarado su amor. También se supo que lo habían llevado al “loquero”. Pero lo
peor es que Mariana murió y que Jim regresó a San Francisco con su padre
biológico. Nadie sabe bien qué fue lo que sucedió. Al parecer Mariana criticó a
los políticos corruptos en una fiesta elegante en Las Lomas, frente a los
acaudalados amigos de su amante, cosa que le valió a la pobre mujer una
humillación delante de todos esos potentados. El caso es que, según Rosales, la
madre de Jim se suicidó. ¿Pero cómo pudo saberse eso? Jim encontró a su madre
tirada, muerta, y lo único que se le ocurrió fue pedir ayuda al profesor
Mondragón, y así se enteró toda la escuela.
Carlos dejó a Rosales y
llorando se dirigió a casa de Mariana. Pero ya no vivía allí y nadie pudo dar
razón de ella. Pasado un tiempo, Carlos fue a vivir a Nueva York y estudió en
Virginia. Siempre conservó el recuerdo de Mariana (a quien asocia con la
canción Obsesión, cuyo autor creo que es Javier Solís).
“Todo pasó como pasan los discos en la sinfonola. Nunca sabré si aún vive Mariana. Si hoy viviera tendría ya ochenta años.” (p. 68)
Café Tacuba |
A propósito del
estribillo de la canción Obsesión –“Por alto esté el cielo en el mundo, por
hondo que sea el mar profundo”–, no puedo dejar de mencionar que el gran grupo
de rock urbano Café Tacuba, oriundo de Ciudad Satélite, al norte de la Ciudad
de México, hizo la canción “Las batallas en el desierto” como homenaje a esta
entrañable y muy querida novela mexicana.
También hay una película basada en
ella, “Mariana, Mariana”, con libreto ni más ni menos que de Vicente Leñero, en
donde actúa la guapísima Elizabeth Aguilar, quien, por cierto, fue la primera
playmate mexicana, y el gran Pedro Armendáriz, recientemente fallecido.
Les dejo el link de la
canción:
Y el link de la película
completa. No la he visto, pero me dispongo a verla ahora mismo:
Reciban todos un abrazo.
Venus ReX
José Emilio Pacheco |
Excelente libro este de Pacheco, lo he comentado con mi Padre quién vivió en esos años su infancia en la Colonia Roma, le trajo gratos recierdos de su infancia, de ese México que perdimos y de las transas del Presidente Alemán, primer corrupto a gran escala de la época PostRevolucionaria... el cachorro de la Revolución fue un pillazo y primer presidente que trato y negocio con el narco, en ese tiempo gomeros en Sinaloa y Juan N. Guerra en Veracruz. Un abrazo maestro Venus. atte G Villagrán
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