domingo, 28 de octubre de 2012

Inquisición: Terror al servicio del Poder


La Inquisición

Cápsula Histórica


Hay muchos episodios lamentables en la historia de Europa. Uno de ellos es la Inquisición. Por desgracia, cuando se habla del tema, tanto la ortodoxia católica como los antirreligiosos, aferrados a sus posiciones, pierden objetividad. Los unos minimizan, e incluso niegan, la tortura y las hogueras, diciendo que en realidad fueron pocos los condenados y que, en todo caso, los verdugos eran seculares; y los otros tienden a exagerar el número de las víctimas y a descalificar por estos hechos a toda la Iglesia. Pero no podemos tapar el sol con un dedo. La Inquisición existió, actuó y, como toda institución humana (sería un verdadero sinsentido sostener que la Inquisición fue una institución querida y ordenada por un Dios amoroso), se corrompió y abusó de su poder. No importa si fueron cientos de miles o solo unas decenas sus víctimas: así hubiese sido uno, la crueldad, el terror y el abuso del poder no tienen justificación. 
Hablar de la Inquisición ocuparía libros enteros, así que solo me voy a referir a un aspecto de su operación: el terror. 

Himmler Gestapo
Himmler, jefe de la GESTAPO
 Muchas son las instituciones (GESTAPO, CIA, ESMA, DINA etc.) y regímenes (Hitler, Stalin, Mussolini, etc.) que han utilizado el terror como medio de control. La Inquisición no fue la excepción. Sus tribunales estaban constituidos, en orden jerárquico, por dos Inquisidores, siempre sacerdotes y juristas; un procurador que fungía como interrogador; un teólogo que dictaminaba si había o no herejía; un alguacil que hacía las detenciones; había también escribanos y “familiares”. Los “familiares” eran laicos que “colaboraban con el tribunal”. 

Bernardo Gui Inquisición Nombre de la Rosa
Murray Abraham, en el papel de Bernardo Gui, en el "Nombre de la Rosa"
 La forma en que se financiaban estos tribunales era genial, desde el punto de vista del terror, claro está: los bienes de los condenados. Y con estos bienes no solo se garantizaba la operación ordinaria y el pago de los funcionarios, sino mucho más: el remanente iba directamente a las arcas de la Iglesia. El terror con que operaban los tribunales era simple: cualquiera podía denunciar y, como la denuncia era anónima (solo los funcionarios del tribunal conocían al delator), el acusado quedaba en estado de indefensión. Este mecanismo creaba un verdadero pánico entre la gente que, por miedo a ser delatado o verse involucrado, corría ante el fiscal a denunciar. Y claro, las denuncias se prestaron como instrumento de venganza de los particulares quienes, al verse agraviados en asuntos tan distintos a la fe como pudieran ser los contratos, o las simples envidias y rencores, corrían a delatar a sus enemigos. 

Alfred Molina Johann Tetzel Lutero
Alfred Molina interpreta a Johann Tetzel, en "Lutero"
 La Iglesia y el Tribunal sabían que una condena significaba quedarse con todos los bienes del condenado, y como los judíos, criptojudíos, chuetas, cristianos nuevos, y semitas en general, siempre han sido hábiles en la generación de riqueza, la Inquisición tuvo siempre a su disposición un gran botín: su antisemitismo no obedeció solo al argumento absurdo de que los judíos crucificaron a Cristo, sino que obedeció a la codicia y a la rapiña. Bastaba que un “cristiano viejo” (familias que desde siempre habían sido cristianas) denunciara por mundana envidia a su patrón “cristiano nuevo” (recientemente convertido) de ser hereje, para que se incoara el procedimiento y, con él, el terror. Y por si esto fuera poco, en caso de condena el delator tenía derecho a un pequeño porcentaje de los bienes confiscados, así que podrán imaginarse el estado de pánico y paranoia que se generaba entre vecinos, incluso entre familiares. Hay casos documentados en donde un cónyuge denunciaba la herejía del otro cónyuge.

Tortura inquisición
Instrumento de tortura
 El problema era que, con la simple denuncia, se ordenaba la aprehensión del acusado y se aseguraban sus bienes. Como no existía un tribunal de apelación, ni tampoco un término para pasar de la investigación e interrogatorio al juicio propiamente dicho, el detenido podía pasar meses, incluso años, incomunicado. Si en el interrogatorio el acusado negaba los cargos, se le asignaba un defensor, cuya función consistía en “ayudar” a su defendido a “confesar” su grave pecado. 

Finalmente, las pruebas admitidas eran dos: la confesión y los testigos. Pero había un doble vicio: por un lado, mediante la tortura se lograba la confesión –después del tormento, el acusado estaba dispuesto a confesar cualquier cosa–. Por otro lado, el acusado nunca sabía la identidad de los testigos que lo acusaban. Y, para colmo, si bien podía llamar y proponer testigos de descargo, éstos, por miedo a verse involucrados –si el acusado era condenado caía una grave sospecha de herejía sobre todo aquel que hubiese dicho algo en su favor–, difícilmente accedían a rendir declaración.

Escena del film "The Messenger", de Luc Besson.

La Inquisición fue un abuso que no debe repetirse nunca. Si actuó movida por una verdadera fe, estamos ante uno de los ejemplos más terribles de fanatismo: torturar y matar porque así lo ordena Dios. Si actuó movida por la codicia, para enriquecerse con los bienes confiscados, estamos frente a un abuso inmoral e injustificable del poder. Cualquiera de las dos hipótesis es lamentable y reprochable.
Por muy creyente que uno sea, no es posible defender a esta institución. Si la ortodoxia católica cree que abjuro de mi fe por manifestarme en contra de la Inquisición, pues qué pena. Pero que tampoco sirva esta manifestación para descalificar lo bueno que hay en la Iglesia Católica.

Reciban todos un fuerte abrazo.
Venus ReX

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