La Inquisición
Cápsula Histórica
Hay muchos episodios lamentables en la historia de Europa. Uno de ellos es la Inquisición. Por desgracia, cuando se habla del tema, tanto la ortodoxia católica como los antirreligiosos, aferrados a sus posiciones, pierden objetividad. Los unos minimizan, e incluso niegan, la tortura y las hogueras, diciendo que en realidad fueron pocos los condenados y que, en todo caso, los verdugos eran seculares; y los otros tienden a exagerar el número de las víctimas y a descalificar por estos hechos a toda la Iglesia. Pero no podemos tapar el sol con un dedo. La Inquisición existió, actuó y, como toda institución humana (sería un verdadero sinsentido sostener que la Inquisición fue una institución querida y ordenada por un Dios amoroso), se corrompió y abusó de su poder. No importa si fueron cientos de miles o solo unas decenas sus víctimas: así hubiese sido uno, la crueldad, el terror y el abuso del poder no tienen justificación.
Hablar de la Inquisición
ocuparía libros enteros, así que solo me voy a referir a un aspecto de su
operación: el terror.
Himmler, jefe de la GESTAPO |
Muchas son las
instituciones (GESTAPO, CIA, ESMA, DINA etc.) y regímenes (Hitler, Stalin,
Mussolini, etc.) que han utilizado el terror como medio de control. La
Inquisición no fue la excepción. Sus tribunales estaban constituidos, en orden
jerárquico, por dos Inquisidores, siempre sacerdotes y juristas; un procurador
que fungía como interrogador; un teólogo que dictaminaba si había o no herejía;
un alguacil que hacía las detenciones; había también escribanos y “familiares”.
Los “familiares” eran laicos que “colaboraban con el tribunal”.
Murray Abraham, en el papel de Bernardo Gui, en el "Nombre de la Rosa" |
La forma en que
se financiaban estos tribunales era genial, desde el punto de vista del terror,
claro está: los bienes de los condenados. Y con estos bienes no solo se
garantizaba la operación ordinaria y el pago de los funcionarios, sino mucho
más: el remanente iba directamente a las arcas de la Iglesia. El terror con que
operaban los tribunales era simple: cualquiera podía denunciar y, como la
denuncia era anónima (solo los funcionarios del tribunal conocían al delator),
el acusado quedaba en estado de indefensión. Este mecanismo creaba un verdadero
pánico entre la gente que, por miedo a ser delatado o verse involucrado, corría
ante el fiscal a denunciar. Y claro, las denuncias se prestaron como
instrumento de venganza de los particulares quienes, al verse agraviados en
asuntos tan distintos a la fe como pudieran ser los contratos, o las simples
envidias y rencores, corrían a delatar a sus enemigos.
Alfred Molina interpreta a Johann Tetzel, en "Lutero" |
La Iglesia y el Tribunal
sabían que una condena significaba quedarse con todos los bienes del condenado,
y como los judíos, criptojudíos, chuetas, cristianos nuevos, y semitas en
general, siempre han sido hábiles en la generación de riqueza, la Inquisición
tuvo siempre a su disposición un gran botín: su antisemitismo no obedeció solo
al argumento absurdo de que los judíos crucificaron a Cristo, sino que obedeció
a la codicia y a la rapiña. Bastaba que un “cristiano viejo” (familias que
desde siempre habían sido cristianas) denunciara por mundana envidia a su
patrón “cristiano nuevo” (recientemente convertido) de ser hereje, para que se
incoara el procedimiento y, con él, el terror. Y por si esto fuera poco, en
caso de condena el delator tenía derecho a un pequeño porcentaje de los bienes
confiscados, así que podrán imaginarse el estado de pánico y paranoia que se
generaba entre vecinos, incluso entre familiares. Hay casos documentados en
donde un cónyuge denunciaba la herejía del otro cónyuge.
Instrumento de tortura |
El problema era que, con
la simple denuncia, se ordenaba la aprehensión del acusado y se aseguraban sus
bienes. Como no existía un tribunal de apelación, ni tampoco un término para
pasar de la investigación e interrogatorio al juicio propiamente dicho, el
detenido podía pasar meses, incluso años, incomunicado. Si en el interrogatorio
el acusado negaba los cargos, se le asignaba un defensor, cuya función consistía
en “ayudar” a su defendido a “confesar” su grave pecado.
Finalmente, las
pruebas admitidas eran dos: la confesión y los testigos. Pero había un doble
vicio: por un lado, mediante la tortura se lograba la confesión –después del
tormento, el acusado estaba dispuesto a confesar cualquier cosa–. Por otro
lado, el acusado nunca sabía la identidad de los testigos que lo acusaban. Y,
para colmo, si bien podía llamar y proponer testigos de descargo, éstos, por
miedo a verse involucrados –si el acusado era condenado caía una grave sospecha
de herejía sobre todo aquel que hubiese dicho algo en su favor–, difícilmente
accedían a rendir declaración.
Escena del film "The Messenger", de Luc Besson. |
La Inquisición fue un
abuso que no debe repetirse nunca. Si actuó movida por una verdadera fe,
estamos ante uno de los ejemplos más terribles de fanatismo: torturar y matar
porque así lo ordena Dios. Si actuó movida por la codicia, para enriquecerse
con los bienes confiscados, estamos frente a un abuso inmoral e injustificable
del poder. Cualquiera de las dos hipótesis es lamentable y reprochable.
Por muy creyente que uno
sea, no es posible defender a esta institución. Si la ortodoxia católica cree
que abjuro de mi fe por manifestarme en contra de la Inquisición, pues qué
pena. Pero que tampoco sirva esta manifestación para descalificar lo bueno que
hay en la Iglesia Católica.
Reciban todos un fuerte abrazo.
Venus ReX