Mi sitio web

Si amas la música, visita mi sitio web. Toda mi música gratis para ti.
http://www.venusreyjr.com
Mostrando entradas con la etiqueta Velázquez. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Velázquez. Mostrar todas las entradas

jueves, 13 de marzo de 2014

La Oterito, de Zuloaga: Love Affaire transformado en arte

Love affaire transformado en arte

Ignacio Zuloaga, "La Oterito", óleo sobre tela, 176 x 120.5 cm. Colección Privada.

¿Qué pasó con Ignacio Zuloaga? Quizá este nombre no diga nada a a quienes poco saben de arte, pero a finales del siglo XIX y durante las dos primeras décadas del XX, Ignacio Zuloaga (1870-1945) fue el pintor más famoso y reconocido en España, muy por arriba de Picasso (once años menor). Pero ahora sólo los especialistas en arte saben de él. ¿Qué pasó?

Quizá fueron dos cosas. En primer lugar, los estilos figurativos rápidamente perdieron el favor del público y de la crítica conforme avanzó el siglo XX. En segundo lugar, y quizá mucho más importante, Ignacio Zuloaga se convirtió en un férreo seguidor de Franco y del bando nacional.

Picasso trabajando en el Guernica
Sabemos que la Guerra Civil Española fue un campo de entrenamiento previo a la segunda guerra mundial. Alemanes e italianos, por un lado, y soviéticos, por otro lado, intervinieron apoyando con hombres, armamento y dinero a los nacionales y a los republicanos respectivamente. En abril de 1937 la aviación nazi atacó varias poblaciones vascas, entre ellas Guernica; y bueno, sabemos que Picasso a partir del bombardeo a Guernica creó uno de los cuadros más célebres de todos los tiempos. Los italianos también tuvieron ocasión de probar su aviación, y los soviéticos no dudaron en apoyar al gobierno republicano.

Hitler y Franco en Hendaya, 1940

Retrato de Franco, por Zuloaga (1940)
Pero no vamos a hablar ahora de esa terrible guerra civil en España ni del retrato que Zuloaga hizo del Generalísimo, una verdadera oda al fascismo. Sí cabe preguntarnos cómo puede un gran artista ponerse en un plano inferior y adular mediante su obra artística a un régimen. Cosa distinta es que un régimen se valga de la obra de un artista y la utilice para vanagloriarse, como es el caso de los nazis con Wagner. Tal vez fue la adulación de Ignacio Zuloaga a Franco la que contribuyó a que quedara un poco olvidado. Pero no del todo, porque el gran arte jamás muere. Y Zuloaga era un gran pintor que heredó y plasmó en su obra la magnífica tradición de la pintura Española.

"Gracias a Dios, y a Franco, por fin la guerra se ganó, y otra vez." Palabras de Zuloaga al ganar el bando nacional.

Venus, de Velázquez
Hay varios iconos del erotismo en la pintura española, y quizá los más importantes y conocidos sean la Venus de Velázquez y la Maja Desnuda de Goya. 
Goya: La maja desnuda

Pero hay un tercer desnudo femenino que bien podría ser ese otro icono: La Oterito de Zuloaga, cuadro que pintó en 1936, en los albores de la Guerra Civil.


Resulta que don Ignacio estaba casado, pero ello no fue óbice –y qué bueno– para que el maestro y la bailarina Eulalia Franco –nada que ver con el dictador, pues de haber sido el caso la hubiera mandado fusilar– tuvieran un romance. Y ese romance rindió fruto: esta maravillosa obra de arte.

Recientemente la casa Sotheby’s puso en subasta este cuadro. El precio llega casi al millón de Euros, por si alguno de ustedes quisiera comprarlo. En la nota de catálogo de esta casa de subastas londinense se explica que el cuadro no sólo revela el romance entre el pintor y la modelo, sino que, además, quiere ser un tributo a la pintura barroca española. El reflejo de la mujer en el espejo, no hace falta ser especialista para entender, es una referencia –yo diría homenaje– a la Venus de Velázquez, y la forma en que el artista maneja el color, esos claroscuros, recuerda a pintores españoles como el mismo Velázquez, Ribera o Zurbarán.

Explica la nota de catálogo que Zuloaga fue torero aficionado de joven, y que por esta razón la modelo lleva puesta una chaquetilla de matador. Además, el retrato que aparece arriba a la izquierda es el propio Zuloaga.



Las referencias sexuales son maravillosas: un clavel rojo en la mano de la chica, las flores sobre su cabeza, los zapatos rojos, los labios perfectamente pintados, los senos erguidos, la mirada que coquetea con el espectador y le invita a observar, cuando ella misma se sabe observada por su amante que la mira desde atrás; más aún, el espectador tiene la sensación de saberse observado mientras observa. Es como un juego perverso: el voyeur del voyeur.





Tal vez los sucesores inmediatos de Zuloaga maldijeron al pintor por el affair “La oterito”, sobrenombre con el que era conocida Eulalia Franco. Pero los descendientes de esos primeros descendientes estarán ahora muy contentos ante la posibilidad inminente de embolsarse una nada despreciable cantidad de Euros. Todo sea en beneficio del arte.

Venus Rex

martes, 1 de marzo de 2011

No. 49. Terrible Sátira de Bacon a Velázquez. Dos pontífices parodiados.

Obra 1.



Título: Retrato del Papa Inocencio X.
Autor: Diego de Silva y Velázquez (Español. n. Sevilla, 1590; m. Madrid, 1660).
Fecha de composición: 1650.
Dimensiones: 139 x 115 cm.
Lugar de Residencia: Galleria Doria-Pamphili, Roma.


Obra 2.
Título: Estudio siguiendo el Retrato del Papa Inocencio X, de Velázquez.
Autor: Francis Bacon (Inglés. n. Dublín, 1909; m. Madrid, 1992).
Fecha de composición: 1953.
Dimensiones: 153 x 118 cm.
Lugar de Residencia: Des Moines Art Center, Iowa.

Queridos amigos:

Hoy tenemos un envío especial, porque no es una obra la que les ofrezco, sino dos. Dos obras que están estrechamente relacionadas; una es sátira de la otra. Se trata del
Retrato del Papa Inocencio X, de Diego Velázquez, pintado en 1650, y del Estudio siguiendo el Retrato del Papa Inocencio X, de Valázquez, de Francis Bacon, obra creada en 1953. El título en inglés de esta segunda obra evitará cualquier confusión: Study after Velázquez’s Portrait of Pope Innocent X.

Más de trescientos años separan estas creaciones. No son simples retratos de un mismo Papa, sino narrativas detalladas de dos épocas: el barroco del XVII y la posmodernidad de nuestros días. Se trata de un pintor español (quizá el artista más universal que ha dado la península ibérica) y de un pintor inglés obsesionado por la distorsión (homónimo del gran filósofo inglés y del personaje principal de la novela
“En busca de Klingsor”, de Volpi). El barroco fue la era de la razón; el siglo XX constituye la apoteosis de la destrucción y de la muerte. El cuadro de Velázquez es una obra maestra del retrato; la pintura de Bacon es una obra maestra de la sátira. ¿Qué nos expresan estos dos cuadros? Aquí el Papa es lo de menos (podría ser cualquier pontífice): realidad y parodia, o tal vez razón y locura, o equilibrio y desorden, belleza y fealdad, majestad y vileza, libertad (fe) y esclavitud (fanatismo); o quizá el orden universal contrapuesto al caos; o la vida y la muerte. No sé.





Y si la cuestión de la identidad del pontífice realmente fuera importante, ¿no se tratará de Pío XII (1953)? Hagan zoom-in en el rostro del papa de Bacon. ¿No parece que la figura usa anteojos? Si esto es cierto, entonces la alusión al papa Pacelli es directa. No dudo que en el Vaticano se hayan expresado palabras de desaprobación ante la obra del artista inglés, dada la mala reputación del pontífice romano (que dicha reputación hubiese sido justa o injusta es una cuestión que yo no puedo juzgar). Es necesario decir que a ambos papas les tocaron tiempos violentos: a Inocencio la Guerra de los Treinta años (tremendo conflicto religioso de envergadura internacional), a Pío la Segunda Guerra Mundial. Ninguno de los dos jerarcas salió bien parado de semejantes conflagraciones. Pero no es mi deseo comentar sobre las controvertidas vidas de estos dos jefes de la Santa Iglesia Católica Romana (especialmente la del segundo). Digamos que uno de ellos tenía la vocación del arte, cosa común –gracias a Dios– entre los papas del renacimiento y del barroco, y un sincero afán para combatir la herejía; y que el otro no pudo ver con claridad el genocidio de los nazis (o tal vez sí lo vio, pero la prudencia le prescribió no actuar enérgicamente para no empeorar las cosas; vaya, lo que quiero decir es que no es fácil para nadie, ni siquiera para el Vicario de Cristo, vérselas con nazis, comunistas y fascistas).

Pero volvamos a los cuadros.

El papa de Velázquez es una obra de la más alta calidad artística, producto de una técnica perfecta y de un dominio total del arte. La mirada majestuosa del pontífice (quien, por cierto, se parece al actor norteamericano Gene Hackman) no nos remite a un siervo de Cristo, sino a un príncipe en toda la extensión de la palabra. La dignidad y nobleza del personaje están fuera de toda duda. En la mano sostiene un papel. Quizá es una alusión a la condena que poco tiempo después (1653) Inocencio formularía en contra de los jansenistas. En todo caso, en la mano tiene el poder de decir qué compagina con Cristo (ortodoxia) y qué discrepa (herejía).

Sus ropajes rojo y blanco, ciertamente comunes en los altos prelados, podrían aludir muy sutilmente a la ruptura del cristianismo. La mirada de Inocencio es severa, escrutadora, llena de virilidad y gallardía. ¿Es la Iglesia que ha resuelto mantenerse fiel a sí misma y no ceder un ápice ante los protestantes, a pesar de que ello implique la destrucción de la cristiandad? El rojo es sangre, el blanco pureza. ¿De qué color es la Iglesia de Cristo? ¿O acaso el pontífice se ve obligado a intervenir en los asuntos mundanos, de tal suerte que a veces es necesario mancharse las manos, situación que debe ser purgada o purificada de inmediato? La entrega pasada Caravaggio nos mostró un Cristo desnudo y flagelado, humillado e indigente. Ahora vemos a su representante como poderoso monarca. Pero, ¿cuál es la esencia del cristianismo?




El papa de Bacon es un fantasma con aspecto de cadáver. No parece estar sentado a sus anchas como el papa de Velázquez, sino más bien parece estar aprisionado por una estrambótica estructura tubular. Es la imagen que transmite el horror del ejecutado en la silla eléctrica. ¿O será una alusión a la mujer del Apocalipsis, aquella que viste de púrpura y monta a la bestia? No quiero ni pensar en la interpretación protestante radical de ese pasaje bíblico, que para muchos católicos sería una monstruosa blasfemia. En fin, la sátira es la forma más característica del arte de nuestros tiempos. ¿Por qué? Ya que la sátira pone sobre la mesa la violación del orden moral, y toda vez que se sirve de la hipérbole en su discurso narrativo, el resultado es lo grotesco. Si examinamos el arte del siglo XX comprenderemos por qué es a veces tan deprimente y crudo. El material que nos ofrece el totalitarismo y la destrucción de la guerra como hechos que violentan el orden moral es de lo más adecuado para romper las formas bellas y transformarlas en lo ridículo y en lo grotesco. La sátira es el exceso, y todo exceso rompe la armonía. La ausencia de armonía es lo que yo llamo fealdad. Por eso Bacon no sólo parodia al papa y a Velázquez, sino que describe nuestros tiempos.

Tenemos, pues, dos visiones de un mismo objeto. Sé que se trata de dos obras distintas, pertenecientes a diversos períodos, y por tanto no susceptibles de ser comparadas; aún así, yo me quedo con Velázquez. De cualquier forma, Bacon dio lugar a comparaciones. Sabía muy bien lo que hacía, y tomó el riesgo.

Disfruten estas espléndidas obras y reciban un afectuoso saludo.


Saludos a todos.
VenuS ReX

martes, 25 de mayo de 2010

No. 16 La Venus de Velázquez. Ideal femenino de belleza.


Queridos amigos:

Diego de Velázquez es el más grande pintor que ha dado España, y uno de los máximos que ha dado la Europa barroca. El tercer cuadro que envié, con gran éxito y beneplácito de ustedes, fue el Cristo de este genial pintor. Ahora les ofrezco La Venus del Espejo, tesoro invaluable de la National Gallery (para los afortunados que se encuentran ahora en Londres).



Diego Rodríguez de Silva y Velázquez (1599-1660) pintó esta Venus alrededor del año 1650. El trabajo de detalle en las sábanas de seda es espléndido: el negro contribuye a presentar a Venus aún más majestuosa y sensual, si tal cosa es posible. El ideal de belleza femenino es muy distinto al de Rembrandt o al de Rubens, ambos contemporáneos y amigos de don Diego. En tanto en Flandes la obesidad reina, aquí Velázquez nos descubre el más firme y sensual de los cuerpos: formas perfectas, fruto del dominio exquisito de la anatomía y de la óptica; formas dignas de la gran diosa.

Por si lo anterior fuera poco, la ternura del cupido contrasta deliciosamente con la voluptuosidad de la mujer. El pintor logra así un equilibrio que deja a cualquiera sin aliento. No es hipérbole: desde mi punto de vista este cuadro pertenece al selecto grupo de las obras de arte que provocan el síndrome de Stendhal.

Reciban todos un abrazo.